martes, 27 de mayo de 2014

HOMILÍA DEL CARDENAL POLI EN EL TEDEUM DEL 25 DE MAYO

ORACIÓN DEL TE DEUM 
«YO VIVO Y TAMBIÉN USTEDES VIVIRÁN» 
1810-25 DE MAYO-2014
 

Durante la última Cena han pasado muchas cosas que asombraron a sus discípulos. El rito judío para celebrar la Pascua no admitía variantes, durante siglos se ha usado la misma liturgia, sin embargo Jesús introduce una inesperada novedad. El que hasta el momento se había revelado como Señor y Maestro, se abajó hasta convertirse en esclavo, lavando los pies a los comensales. La imagen de un Dios inclinado y servicial quedará como lección perpetua para su Iglesia y todos recordamos su exhortación: «Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.»(Jn 13,15). Los apóstoles, al verlo recordaron su enseñanza durante su ministerio público: “el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo.”(Mt 20,27). La palabra de Jesús reviste una autoridad incuestionable, pues a sus enseñanzas le siguen gestos y milagros que revelan su condición divina. Sorprende su pedagogía, porque de su boca surge un lenguaje nuevo del amor humano y sus manos lo expresan en el servicio; ambas revelan el corazón de un Dios misericordioso y compasivo. En aquella misma escena el Maestro les entregó el mandamiento nuevo: «Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros.»(Jn 13,34). El mensaje de Jesús es claro y directo: si decimos que lo amamos debemos guardar su palabra y cumplir su mandamiento de amor. El mismo evangelista trasmitirá con fidelidad esta verdad a su comunidad: «El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1° Jn 4,20). Jesús nos devuelve la confianza en la fuerza del amor, reina de todas las virtudes y principio fundante de esta historia que celebramos. 

En ese clima, el Señor anuncia su partida al lugar de donde vino, y sus discípulos no disimulan la tristeza y la pena que los embargan. Él promete no dejarnos huérfanos y rogará al Padre para que nos envíe el Espíritu de la Verdad, que permanecerá a nuestro lado en el camino de la vida, es el Espíritu Santo, la persona divina por quien Dios habita en nosotros, infundiendo en los hombres el conocimiento de toda virtud y bondad. El mensaje evangélico viene en nuestra ayuda para elevar una oración de acción de gracias por las personas comprometidas en la Revolución de Mayo que dio origen a nuestra nacionalidad; entre otras razones porque domina en el texto una frase que nos alienta a seguir confiando:«Yo vivo y también ustedes vivirán», expresión que conjuga el eterno presente de «Aquél que es, que era y que vendrá.» (Ap 1,4). El Dios de la Constitución Nacional, creador y fuente de toda razón y justicia, «no es un Dios de muertos, sino de vivientes». (Mc 12, 27). Si lo confesamos como Señor de la Historia, presente en los acontecimientos, entonces es posible encontrar abiertos los caminos de la esperanza para todos, porque Él no se alejó de nuestra condición humana para dejarnos solos, muy por el contrario, entre otras presencias quiso quedarse entre los más necesitados y excluídos: «Les aseguro –dice Jesús– que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo». (Mt 25,40). Mientras que en la Argentina haya personas que amen sinceramente y se sacrifiquen por el prójimo, como la generación de patriotas de la Revolución de Mayo que hoy evocamos, podemos descubrir la presencia de Cristo resucitado que nos sigue diciendo: «Yo vivo y también ustedes vivirán».

“Nosotros somos invitados a refundarnos en la soberanía del amor simple y profundo, del amor que hoy escuchamos en el Evangelio”
(1), nos decía en su último Te Deum, quien ahora ocupa la cátedra de San Pedro. Hoy, el Papa Francisco lleva al magisterio universal de la Iglesia lo que tantas veces enseñó entre nosotros. Personalidades de todo el mundo lo siguen visitando y a ellos les dice: “Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo –dice el Santo Padre–, mi respuesta siempre es la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una persona, una familia, una sociedad, crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo bueno en cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible y sin prejuicios, yo la definiría como humildad social que es la que favorece el diálogo. Sólo así puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas y en clima de respeto de los derechos de cada una. Hoy, o se apuesta por el diálogo, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos perdemos, todos perdemos. Por aquí va el camino fecundo.” (2) 
Si miramos nuestra historia patria en clave coloquial, desde el Cabildo abierto y el Congreso de Tucumán hasta nosotros, los momentos de desencuentros entre argentinos se han superado con originales y creativos encuentros de diálogo. Así, partiendo de lo que tenemos en común, se resolvieron las divergencias, crisis y enfrentamientos, para dejar paso, con sabiduría y fe, a lo razonable y justo en favor de los intereses nacionales. De la concordia surgieron Constituciones que rigen la convivencia nacional y dieron vigencia al Estado de derecho; los códigos de leyes, las instituciones democráticas que nos gobiernan, la salud y la educación públicas, el progreso para la dignidad de todos, y su mayor riqueza: la identidad cultural de un pueblo que todos los días confirma una contundente vocación familiar al trabajo y al estudio, a la paz y a la solidaridad fraterna. Retomar siempre y sostener en el tiempo la cultura del encuentro fraterno y el arte superior del diálogo, es garantía de una saludable vitalidad para nuestra bendecida Democracia. La Patria es un don recibido y la Nación una tarea constante de amor y sacrificio, que nos compromete a todos.
(3) La unidad entre hermanos sigue siendo la ley primera… 

El Venerable Papa Pablo VI, a quien Francisco beatificará en octubre próximo, fue quien sostuvo y llevó a término el Concilio Vaticano II, convocado por San Juan XXIII. Es al primer Papa, que en su peregrinación visitó América Latina, a quien le debemos inspiradas páginas sobre la doctrina del diálogo. Este arte de la comunicación espiritual contempla cuatro características. El primer carácter es la claridad de palabras y de ideas, porque es un ejercicio de las facultades superiores del hombre, y por lo mismo, vale la pena revisar nuestro lenguaje, ya que estamos ante uno de los mejores fenómenos de la relación humana. Otro carácter es, además, es la afabilidad, la actitud de Cristo cuando nos dice: «Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón.» (Mt 11,29); el diálogo deja de lado el orgullo, respeta al semejante y su autoridad es intrínseca por la humilde verdad que expone, por la caridad que difunde y por las razones que propone. Es pacífico, sabe esperar y es generoso. Hay un tercer carácter y es la confianza, tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor; además promueve la familiaridad y la amistad social. Finalmente, la prudencia pedagógica, que tiene muy en cuenta las condiciones culturales, psicológicas y morales del que escucha.
(4) La prudencia es una virtud de la acción, pero que no pierde de vista la dignidad del otro, ni lo denuesta. A estas cuatro notas, el Papa Francisco agrega que en una mesa de diálogo social, nunca deberá faltar el interés y la ocupación por los más pobres, los pequeños y más vulnerables, para “prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos”.(5) 

Mirando a Santa María de Luján, la Virgen Madre de los humildes y mujer fuerte del Evangelio, la que ha puesto su esperanza en Dios y no quedó defraudada, le pedimos su bendición para seguir construyendo una Patria de hermanos. 

Card. Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires 

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