"Una Iglesia Pobre para los Pobres"- "Hagan Lío, salgan a las calles" - "Con la Guerra todo se Pierde, con la Paz todo se Gana"- "No se puede gobernar sin amor al pueblo y sin humildad"
sábado, 31 de octubre de 2015
jueves, 29 de octubre de 2015
EL GAUCHITO ANTONIO GIL
La cultura popular en “La Franja”
Onda expresión correntina de nuestra fe popularen la cruz de Antonio Gil el pueblo viene a
rezary a su modo, clama al cielo por la justicia
socialy por ese catecismo que no le supimos dar. Julián Zini – Poeta y sacerdote
EL GAUCHITO ANTONIO GIL
La religiosidad popular está intrínsecamente vinculada a la cultura
popular y ésta a la fiesta. En “la
franja” (Partido de San Martín, Provincia de Buenos Aires, Argentina), donde viven hombres y mujeres provenientes de distintas provincias
argentinas y de países vecinos, se
reproducen muchas de las expresiones de religiosidad y cultura popular que se
presentan en nuestro país y éstas expresan datos de las culturas e historias de
nuestras comunidades nacional y latinoamericana.
La Virgen de Itatí es celebrada en especial por la comunidad
correntina, Nuestra Señora de Copacabana es ruidosa y alegremente festejada por
la comunidad boliviana, la Virgen de Caacupé por los paraguayos y así muchas
otras devociones. Una de ellas, recordada y destacada originalmente por correntinos
y litoraleños, es hoy una festividad que se celebra en todo el país (y en los
vecinos), nos estamos refiriendo a la del “Gauchito Gil”.
Si bien la primera cruz y luego “santuario” recordatorio del
“Gauchito” se levantó en Mercedes (Corrientes), sus imágenes y ermitas se
reproducen a lo largo y a lo ancho del país, encontrándose oratorios desde los
Valles Calchaquíes (Salta), hasta Ushuaia (Tierra del Fuego). Los lugares elegidos
son cruces de camino, donde se atan a un árbol o a una caña tacuara, las cintas
rojas que lo identifican. En estos lugares los caminantes, automovilistas y
camioneros lo saludan pidiendo protección
para el viaje.
¿Quién fue el Gauchito Gil?:
De Antonio Mamerto Gil Núñez, más conocido como “el Gauchito Gil”, o
como Curuzú Gil (del guaraní curuzú = cruz), no hay datos exactos sobre su vida,
pero podemos afirmar que nació aproximadamente entre los años 1830 y 1840
(probablemente más cerca de este año) y que falleció aproximadamente en 1870, a
fines de la guerra al Paraguay. Si bien la tradición oral no es exactamente
coincidente, hay acuerdo en que la fecha de su deceso fue el 8 de enero.
Algunos lo recuerdan como un gaucho rebelde que ayudaba a sus vecinos pobres y
para ello inclusive se apropiaba de bienes de los más poderosos, como sucedía
con los gauchos rebelados contra una autoridad injusta. Otros simplemente
afirman que era un hombre leal, creyente, de palabra y gran corazón, e integrante
del Partido Federal. En esos años Bartolomé Mitre, en alianza con el Imperio
del Brasil y a instancias de Gran Bretaña, decide participar de la denominada
Guerra de la Triple Alianza, a fin de castigar una de las experiencias más independentistas
del continente, la desarrollada por la nación guaraní.
Mientras los países de la región subordinaban sus políticas a la
división internacional del trabajo, cumpliendo el papel de simples proveedores
de materia prima y en estrecha vinculación con la potencia dominante (Gran
Bretaña), la República del Paraguay había concretado una política claramente
independiente, alcanzando un gran desarrollo industrial. Así construía
ferrocarriles, telégrafos, fábricas de pólvora, papel, loza, azufre, tintas,
etc., explotaba caleras, extraía salitre, tenía obrajes estatales, una
importante fundición en Ibicuy, flota fluvial y de ultramar propia (once buques
de vapor y 50 veleros), había diversificado sus cultivos y sostenía una fuerte
presencia del Estado en la economía. Además para desarrollar su industria, había
prohibido exportar materias primas, los extranjeros tenían vedado adquirir
tierras, no comerciaba ni suscribía empréstitos con los británicos y tampoco
entregaba sus servicios públicos a los capitales de esa potencia. Paralelamente
había decidido que “todo esclavo, por el
sólo hecho de pisar tierra guaraní deviene en hombre libre” (¡Qué
inquietante medida para su vecino el Imperio del Brasil, que sostenía su
economía en base al trabajo esclavo!), logrando al mismo tiempo una importante
distribución de la riquezas, contando además con un sistema de protección
social para los más débiles (viudas y huérfanos). Sin dudas era un pésimo
ejemplo para las oligarquías de sus vecinos e insoportable para la citada potencia
dominante.
Frente a esta guerra, muchos hombres y mujeres, a lo largo de todo el
país, se pronunciaron y levantaron, negándose a pelear contra sus hermanos
paraguayos y por la infamia que significaba esta alianza. Desde José Hernández
hasta Felipe Varela y López Jordán, numerosas fueron las expresiones y
resistencias a la guerra, las que se multiplicaron en todo el territorio y muy
especialmente en las provincias del litoral. Inclusive, desde su residencia en
Francia, Juan Bautista Alberdi la condenó, calificándola como “la guerra de la triple infamia”.
Antonio Gil, como todos los hombres del Partido Federal (de allí el
color de sus ermitas), se pronuncia contra la guerra y se niega a participar de
ella, convirtiéndose para el mitrismo en un “gauchillo
alzado” o en un “gauchillo y
desertor”.
Por
esta causa es detenido y trasladado a Goya para juzgarlo. El pueblo al
enterarse se moviliza reuniendo firmas para lograr su liberación, la que
finalmente es dispuesta por la autoridad local. Pero los detenidos en la
mayoría de los casos no llegaban a ser juzgados y Antonio Gil, sabiendo que lo
iban a ejecutar, le dijo al sargento que lo trasladaba “no me mates porque la orden de perdón viene en camino”, a lo que
este le replicó “de esta no te salvas”.
Frente a ello, Antonio le manifiesta que cuando regrese a Mercedes le
comunicarán que su hijo se estaba muriendo y que -como iba a derramar sangre
inocente- lo invocara para que él intercediera ante Dios para salvarlo (Era
bien sabido que la sangre de inocentes servía para pedir milagros). De todas
maneras la suerte “del Gauchito” estaba sellada y luego de una burla el
sargento lo ejecutó. Cuando el milico vuelve a Mercedes se entera del perdón y
recordando las palabras del Gauchito se dirige a su casa comprobando que su
hijo de corta edad, tenía altísima fiebre y había sido desahuciado. Frente a
esto se arrodilla e implora al Gauchito para que intercediera por la vida del
niño. A las pocas horas el milagro estaba concedido y el sargento -con ramas de
ñandubay- construye una cruz, la que carga sobre sus hombros, volviendo al
lugar donde había asesinado al Gauchito, para colocarla y pedir perdón. La cruz
dio el nombre al cruce de caminos y se fue convirtiendo en un lugar de
peregrinación alcanzado la dimensión con
que hoy se la conoce.
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Av. Central - Ermita del Gauchito Gil
en el barrio La Carcova
Lic. Jorge Benedetti
Dicen que fue su delito soñar con la libertadNo aguantarse la injusticia y alzarse al monte nomasTal vez por eso mi gente le reza cada vez másY hay quien dice que a la larga mi pueblo lo va a imitarJulián Zini
Qué dice la Iglesia Católica sobre la devoción al Gauchito:
El Obispo de Goya, Ricardo Faifer, junto a los sacerdotes de su
comunidad, han firmado cartas dirigidas a los peregrinantes, donde entre otras
cosas hacen referencia a la “Novena a la Cruz Gil”, la que fue publicada por la
Editorial Santa María y cuyos autores son Luis Adis, Vicario General del
obispado y Julián Zini, quien además de ser Vicario Episcopal para la Cultura,
es poeta y autor de numerosos y conocidos chamamés, como “Memorias de la
sangre”, “Avío del alma”; “María de los lapachos”, Ñandé Roga”, “Cambá caridá”;
“La distancia”, entre muchos otros.
Mons. Faifer recomienda la novena “porque
es un material para enriquecer con la Palabra de Dios el recuerdo de Antonio
Gil y de nuestros queridos difuntos”, explicando el valor de la Cruz en la
fe de los creyentes. Además manifiesta que “Antes que nada, y porque la Cruz
Gil es un lugar y un acontecimiento donde miles de bautizados van a rezar,
deseo estar junto a ustedes, los acompaño y bendigo los esfuerzos y sacrificios
que ustedes hacen para expresar su fe de esta manera. En esta devoción de algún
modo, estamos continuando el culto que la tradición campesina tributó, desde
antiguo, a sus fieles difuntos. Perduran ciertas expresiones de religiosidad
que en su celebración incluyen la música, el baile, el rezo y el convite”.
Más adelante agrega que “Es oportuno advertir cómo espontáneamente muchos hermanos correntinos
unen al recuerdo de la Cruz de Antonio Gil una sentida devoción a la Madre del
Señor, en la imagen y advocación de nuestra tierna Madre de Itatí.”
Por último concluye: “Queremos asumir este difundido recuerdo de Antonio Gil y ayudar a su
purificación y mejoramiento con la Palabra de Dios. Por todo esto, y como una
‘ayuda pastoral’ para nuestra fe y nuestra oración, les presento hoy esta
Novena y apruebo su publicación”.
De
esta manera la fe y la cultura popular se unen en el recuerdo de un mártir de
nuestro pueblo, gaucho federal, hombre leal y patriota y muy recordado en “el
otro San Martín”.
Leopoldo Hernández y Equipo
GAUCHO DE J.L. SUÁREZ
Hermana
Patricia V. Ataria
Caminando Suárez, no
podrán negar
la fe de mi pueblo
simple y popular.
Fe de los abuelos, y de
más atrás,
Que nos trae la Virgen y
muchos santos más.
En muchas ermitas, rojo
carmesí,
se alza entre banderas
el Gauchito Gil.
Rojo de esperanza, rojo
de pasión.
¡Con tu vino alegramos
nuestro corazón!
En
cada esquina, fiel,
del
pobre, defensor
Gauchito,
amigo
dejame
arrimar a tu santidad
y
llevame a Dios.
De Itatí a Lanzone,
Villa Hidalgo y más
Barrio Independencia,
Carcova total.
En 13 de Julio, Curita y
Luján
y, hasta en la Avenida
Márquez
te suelo encontrar.
Gaucho de mi pueblo,
gaucho Antonio Gil
tu sangre inocente, vida
dio al morir.
Vida que se enciende
contagiando amor;
Devolviendo a la
injusticia la gracia de Dios.
En
cada esquina, fiel,
del
pobre, defensor
Gauchito,
amigo
dejame
arrimar a tu santidad
y
llevame a Dios.
Hace ya unos años junto
a la estación
recibe los ruegos de
quebrada voz.
Ruegos que parecen mecer
su dolor,
chamamé que baila y
canta
el gaucho de Dios.
En
cada esquina, fiel,
del
pobre, defensor
Gauchito,
amigo
dejame
arrimar a tu santidad
y
llevame a Dios.
viernes, 23 de octubre de 2015
Presentación de la Encíclica "ALABADO SEAS" (Laudato Si)
El Ingeniero Jorge Cerana (I.P.S.I. Juan Pablo II) presentará la Encíclica "Alabado seas" en el marco de la I Jornada sobre Saneamiento Ambiental, bajo el lema: "Cuidemos nuestro medio, nuestra casa", organizada por la Facultad de Ciencia y Tecnología de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER) Argentina y la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Paraná.
El evento se realizará en sede de la facultad ubicada en la localidad de Oro Verde, Entre Ríos, lindera de la ciudad de Paraná, el día 30 de Octubre a partir de las 9 hs.
El evento se realizará en sede de la facultad ubicada en la localidad de Oro Verde, Entre Ríos, lindera de la ciudad de Paraná, el día 30 de Octubre a partir de las 9 hs.
V Olimpíadas de Derechos Humanos
V Olimpiadas de Derechos Humanos, el dia 29 de octubre a las 8 hs en el Centro Cultural Juan L. Ortiz. Paraná, Entre Ríos, Argentina
Participan jóvenes de escuela secundaria que promuevan o deseen promover los derechos humanos a traves de proyectos de intervención comunitaria o expresiones artísticas.miércoles, 7 de octubre de 2015
PENSAMIENTO Y ACCION DEL PAPA FRANCISCO - FRANCISCO Y EL PUEBLO ARGENTINO
El papa Francisco asumió su
pontificado definiéndose a sí mismo como un hombre venido de los confines del
planeta, es decir, como un hombre del Cono Sur de América Latina y en
particular como un argentino.
Rápidamente este hombre del fin del mundo se convirtió en un
líder reconocido a nivel planetario, pero no por su poderío económico o
militar, sino por la calidad de sus manifestaciones y – fundamentalmente - por
la coherencia entre su discurso y su vida.
Todos sabemos que entre los líderes y sus pueblos se establece una relación simbiótica, los líderes modelan a su pueblo y los pueblos a su vez dan origen y conforman a sus líderes. Es decir, ciertamente existe una relación profunda de carácter social, histórico y cultural, entre el papa Francisco y el pueblo argentino.
Sin dudas podemos afirmar que el
aporte del papa Francisco a la humanidad es también un nuevo aporte de los
argentinos a la conciencia y al pensamiento universal.
En los albores de nuestra vida
independiente, los padres de la patria, Moreno, Belgrano y muchos otros,
levantaron un ideario centrado en la independencia de los pueblos de América de
toda dominación extranjera, la igualdad de todos los hombres con la libertad de
los esclavos y la unidad continental, todo esto, en poco tiempo, el Gral. José de San Martín lo plasmó en su gesta
libertadora, siendo completado por el otro gran líder del continente, Simón
Bolívar, permitiendo así concretar la independencia de toda América Latina. Este
ideario se convirtió en el espejo donde se miraron los pueblos del continente. El
accionar del neocolonialismo y del imperialismo, opacaron momentáneamente las concreciones
de nuestros patriotas, pero no derrotaron su ideario, el que se mantuvo
permanentemente a lo largo de la historia, permitiendo que nuestro continente se
convirtiera en una tierra de paz, hermandad y solidaridad, capaz de albergar a
todos los hombres y mujeres excluidos del planeta.
En la mitad del siglo pasado las
realizaciones en pro de la justica social, demostraron la posibilidad de
concretar en actos el pensamiento social de la Iglesia y – junto al renacer práctico
de la conciencia en la unidad continental, se levantó en esta parte del mundo, el ideario de una alternativa independiente,
lejos de todos los imperialismos materialistas, el del poder internacional del
dinero o el del materialismo dialéctico. Esta doctrina posibilitó dar origen a
una filosofía política alternativa, la que se difundió universalmente en especial
en todo el tercer mundo, permitiendo avizorar una nueva realidad posible, lejos
de la bipolaridad armada en que se nos pretendía encasillar a nivel planetario.
Luego de la oscura noche de la última
dictadura, Argentina dio un nuevo aporte a la cultura política planetaria con
el juicio a las juntas militares concretado por el primer gobierno democrático
y con los juicios de lesa humanidad realizados en el nuevo siglo.
Las dictaduras de América Latina y del
mundo, que habían contado con el respaldo y la complicidad complacientes de las
potencias económicas, son hoy condenadas por la humanidad toda y ningún país
del planeta será capaz impunemente de sostener abiertamente los intentos de
instaurar gobiernos ilegítimos y manchados de sangre como había sido la
práctica habitual en el siglo pasado.
Otra dolorosa circunstancia
permitió concretar un nuevo aporte al pensamiento universal: la condena ética y
jurídica al accionar de la usura, encarnada por los fondos buitres en
particular y por un sistema financiero abusivo e ilegítimo (ligado al blanqueo
de dinero del crimen organizado), en una acción que permitirá al mundo en
general y a los países en desarrollo en particular, no ser víctimas una vez más
de la usura internacional.
Nuevamente hoy nuestro país avanza con
su aporte al pensamiento universal y esto queda claramente formulado con la
intervención del papa Francisco en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Allí el pontífice, luego de reafirmar
la condena a todas las violaciones de los derechos humanos, a los abusos de los
poderosos y a la usura, formuló doctrina sobre varios temas, los que – sin duda
– a muy corto plazo formarán parte de la legislación y la conciencia pública internacional.
Así condenó las arbitrariedades del
poder tecnológico en “manos de ideologías
nacionalistas o falsamente universalistas”, reclamó participación y equidad
en las decisiones internacionales, requiriendo la modificación del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas y de los organismos financieros y económicos
internacionales. Exigió la limitación al poder arbitrario e injusto de aquellos
que pretenden colocarse “por encima de la
dignidad y los derechos” de las otras personas y de los pueblos. Reclamó la
protección del ambiente y el fin de la exclusión, destacando que “los más pobres son los que más sufren (…)
por un triple motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo
obligados a vivir del descarte y deben sufrir injustamente las consecuencias
del abuso del ambiente”.
Colocó en un mismo nivel la condena a
“la exclusión social” como la “trata
de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de
niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y
de armas, terrorismo y crimen internacional organizado”· Instalando por sobre todos ellos “un concepto perenne de justicia”,
destacando la necesidad de que se permita a todos los hombres “ser dignos
actores de su propio destino.”
Así mismo exigió “tierra, techo y trabajo”
para todos los seres humanos, junto al “derecho a la educación”, “a la libertad religiosa” y “a los otros derechos cívicos”.
Demandó claras normas de regulación internacional
económica, condenando el “irresponsable desgobierno de la economía mundial”,
así como la “colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos
de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos”.
Así mismo denunció la proliferación de
las armas (y su infamante comercio) haciendo mención “a
otro tipo de conflictividad no siempre tan explicitada pero que silenciosamente
viene cobrando la muerte de millones de personas. Otra clase de guerra viven
muchas de nuestras sociedades con el fenómeno del narcotráfico. Una guerra ´asumida´
y pobremente combatida. El narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de
la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la
explotación infantil y de otras formas de corrupción.”
De esta manera
formuló la necesidad de evitar “la tentación de caer en un nominalismo con
efecto tranquilizador en las conciencias”. Hoy debe privar la justicia
y las naciones vendedoras de armas, las que directa o indirectamente fomentan
el trabajo esclavo y la exclusión, la usura y la trata de seres humanos, deben
ser condenadas por estos delitos de lesa humanidad.
Nuevos paradigmas
en la cultura política internacional tendrán que ser incorporados inexorablemente
al pensamiento universal luego de la presencia del papa argentino en las Naciones
Unidas.
Para alcanzar una
Argentina y un mundo mucho mejor del que vivimos, es nuestra responsabilidad
acompañar este liderazgo, dejándonos al mismo tiempo modelar por él.
Lic.
Jorge A. Benedetti
San Martín, 5 de octubre de 2015
Se
acompaña versión completa del mensaje del papa Francisco ante la Asamblea
General con nuestro resaltado.
Señor Presidente, Señoras y Señores:
Buenos días.
Una vez más, siguiendo una tradición de
la que me siento honrado, el Secretario General de las Naciones Unidas ha
invitado al Papa a dirigirse a esta honorable Asamblea de las Naciones. En
nombre propio y en el de toda la comunidad católica, Señor Ban Ki-moon, quiero
expresarle el más sincero y cordial agradecimiento. Agradezco también sus
amables palabras. Saludo asimismo a los Jefes de Estado y de Gobierno aquí
presentes, a los Embajadores, diplomáticos y funcionarios políticos y técnicos
que los acompañan, al personal de las Naciones Unidas empeñado en esta 70ª
Sesión de la Asamblea General, al personal de todos los programas y agencias de
la familia de la ONU, y a todos los que de un modo u otro participan de esta
reunión. Por medio de ustedes saludo también a los ciudadanos de todas las
naciones representadas en este encuentro. Gracias por los esfuerzos de todos y
de cada uno en bien de la humanidad.
Esta es la quinta vez que un Papa
visita las Naciones Unidas. Lo hicieron mis predecesores Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995 y, mi más
reciente predecesor, hoy el Papa emérito Benedicto XVI, en 2008. Todos ellos no
ahorraron expresiones de reconocimiento para la Organización, considerándola la
respuesta jurídica y política adecuada al momento histórico, caracterizado por
la superación tecnológica de las distancias y fronteras y, aparentemente, de cualquier
límite natural a la afirmación del poder. Una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico, en
manos de ideologías nacionalistas o
falsamente universalistas, es capaz de producir tremendas atrocidades.
No puedo menos que asociarme al aprecio de mis predecesores, reafirmando la
importancia que la Iglesia Católica concede a esta institución y las esperanzas
que pone en sus actividades.
La historia de la comunidad organizada
de los Estados, representada por las Naciones Unidas, que festeja en estos días
su 70 aniversario, es una historia de importantes éxitos comunes, en un período
de inusitada aceleración de los acontecimientos. Sin pretensión de
exhaustividad, se puede mencionar la codificación y el desarrollo del derecho
internacional, la
construcción de la normativa internacional de derechos humanos, el perfeccionamiento del derecho
humanitario, la solución de muchos conflictos y operaciones de paz y
reconciliación, y tantos otros logros en todos los campos de la proyección
internacional del quehacer humano. Todas estas realizaciones son luces que
contrastan la oscuridad del desorden causado por las ambiciones descontroladas
y por los egoísmos colectivos. Es cierto que aún son muchos los graves
problemas no resueltos, pero también es evidente que, si hubiera faltado toda
esta actividad internacional, la humanidad podría no haber sobrevivido al uso
descontrolado de sus propias potencialidades. Cada uno de estos progresos
políticos, jurídicos y técnicos son un camino de concreción del ideal de la
fraternidad humana y un medio para su mayor realización.
Rindo pues homenaje a todos los hombres
y mujeres que han servido leal y sacrificadamente a toda la humanidad en estos
70 años. En particular, quiero recordar hoy a los que han dado su vida por la
paz y la reconciliación de los pueblos, desde Dag Hammarskjöld hasta los
muchísimos funcionarios de todos los niveles, fallecidos en las misiones
humanitarias, de paz y reconciliación.
La experiencia de estos 70 años, más
allá de todo lo conseguido, muestra que la reforma y la adaptación a los tiempos siempre es
necesaria, progresando hacia el objetivo último de conceder a todos los países,
sin excepción, una participación y una
incidencia real y equitativa en las decisiones. Esta necesidad de una mayor equidad, vale especialmente
para los cuerpos con efectiva capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos
financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar
las crisis económicas. Esto ayudará
a limitar todo tipo de abuso o usura sobre todo con los países en vías de
desarrollo. Los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo sostenible de
los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que,
lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia.
La labor de las Naciones Unidas, a
partir de los postulados del Preámbulo y de los primeros artículos de su Carta
Constitucional, puede ser
vista como el desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener el ideal de la
fraternidad universal. En este contexto, cabe recordar que la limitación del poder es una idea implícita en el concepto de
derecho. Dar a cada uno lo
suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún
individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar
por encima de la dignidad y de los
derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones
sociales. La distribución fáctica del poder (político, económico, de defensa,
tecnológico, etc.) entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema
jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la limitación del
poder. El panorama mundial
hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos
derechos, y –a la vez– grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal
ejercicio del poder: el
ambiente natural y el vasto mundo de mujeres
y hombres excluidos. Dos sectores íntimamente unidos entre sí, que
las relaciones políticas y económicas preponderantes han convertido en partes
frágiles de la realidad. Por eso hay que afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección del ambiente y acabando con la
exclusión.
Ante todo, hay que afirmar que existe
un verdadero «derecho del
ambiente» por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del
ambiente. Vivimos en comunión con él, porque el mismo ambiente
comporta límites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar. El
hombre, aun cuando está dotado de «capacidades inéditas» que «muestran una
singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico» (Laudato si’, 81), es al
mismo tiempo una porción de ese ambiente. Tiene un cuerpo formado por elementos
físicos, químicos y biológicos, y solo puede sobrevivir y desarrollarse si el
ambiente ecológico le es favorable. Cualquier daño al ambiente, por tanto, es
un daño a la humanidad. Segundo, porque cada una de las creaturas,
especialmente las vivientes, tiene un valor en sí misma, de existencia, de
vida, de belleza y de interdependencia con las demás creaturas. Los cristianos,
junto con las otras religiones monoteístas, creemos que el universo proviene de
una decisión de amor del Creador, que permite al hombre servirse
respetuosamente de la creación para el bien de sus semejantes y para gloria del
Creador, pero que no puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a
destruirla. Para todas las creencias religiosas, el ambiente es un bien
fundamental (cf. ibíd., 81).
El
abuso y la destrucción del ambiente,
al mismo tiempo, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e
ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos
materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades, ya sea
por tener capacidades diferentes (discapacitados) o porque están privados de
los conocimientos e instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente
capacidad de decisión política. La exclusión económica y social es una negación
total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y
al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos
atentados por un triple grave motivo: son descartados
por la sociedad, son al mismo tiempo
obligados a vivir del descarte y
deben injustamente sufrir las consecuencias del abuso del ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan
difundida e inconscientemente consolidada «cultura del descarte».
Lo dramático de toda esta situación de
exclusión e inequidad, con sus claras consecuencias, me lleva junto a todo el
pueblo cristiano y a tantos otros a tomar conciencia también de mi grave
responsabilidad al respecto, por lo cual alzo mi voz, junto a la de todos
aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas. La adopción de la Agenda
2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre mundial que iniciará
hoy mismo, es una importante señal de esperanza. Confío también que la Conferencia
de París sobre el cambio climático logre acuerdos fundamentales y
eficaces.
No bastan, sin embargo, los compromisos
asumidos solemnemente, aunque constituyen ciertamente un paso necesario para
las soluciones. La definición clásica de justicia a que aludí anteriormente
contiene como elemento esencial una voluntad constante y perpetua: Iustitia
est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi. El mundo
reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante, de
pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente
natural y vencer cuanto
antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes
consecuencias de trata de
seres humanos, comercio
de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo
la prostitución, tráfico
de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado. Es
tal la magnitud de estas situaciones y el grado de vidas inocentes que va
cobrando, que hemos de
evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador
en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente
efectivas en la lucha contra todos estos flagelos.
La multiplicidad y complejidad de los
problemas exige contar con instrumentos técnicos de medida. Esto, empero,
comporta un doble peligro: limitarse al ejercicio burocrático de redactar
largas enumeraciones de buenos propósitos –metas, objetivos e indicaciones
estadísticas–, o creer que una única solución teórica y apriorística dará
respuesta a todos los desafíos. No hay que perder de vista, en ningún momento,
que la acción política y económica, solo es eficaz cuando se la entiende como
una actividad prudencial, guiada por un concepto perenne de justicia y que no pierde de
vista en ningún momento que, antes y más allá de los planes y programas, hay mujeres
y hombres concretos, iguales a los gobernantes, que viven, luchan y sufren, y
que muchas veces se ven obligados a vivir miserablemente, privados de cualquier
derecho.
Para
que estos hombres y mujeres concretos puedan escapar de la pobreza extrema, hay
que permitirles ser dignos actores de su
propio destino. El desarrollo humano integral y el pleno ejercicio de la
dignidad humana no pueden ser impuestos. Deben ser edificados y desplegados
por cada uno, por cada familia, en comunión con los demás hombres y en una
justa relación con todos los círculos en los que se desarrolla la socialidad
humana –amigos, comunidades, aldeas municipios, escuelas, empresas y
sindicatos, provincias, naciones–. Esto supone y exige el derecho a
la educación –también para las niñas, excluidas en algunas partes–,
que se asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de
las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de las agrupaciones
sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e
hijos. La educación, así concebida, es la base para la realización de la Agenda
2030 y para recuperar el ambiente.
Al mismo tiempo, los gobernantes han de
hacer todo lo posible a fin de que todos puedan tener la mínima base material y espiritual para
ejercer su dignidad y para formar y mantener una familia, que es la
célula primaria de cualquier desarrollo social. Este mínimo absoluto tiene en
lo material tres nombres: techo, trabajo y tierra;
y un nombre en lo espiritual: libertad de espíritu, que comprende la libertad religiosa, el
derecho a la educación y todos los otros derechos cívicos.
Por todo esto, la medida y el indicador
más simple y adecuado del cumplimiento de la nueva Agenda para
el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los
bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno
y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad
religiosa, y más en general libertad de espíritu y educación. Al mismo tiempo,
estos pilares del desarrollo humano integral tienen un fundamento común, que es
el derecho a la vida y, más en general, lo que podríamos llamar el derecho a la existencia de la
misma naturaleza humana.
La crisis ecológica, junto con la
destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la
existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por
la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión
sobre el hombre:«El hombre no es solamente una libertad que él se crea
por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero
también naturaleza» (Benedicto XVI, Discurso al
Parlamento Federal de Alemania, 22 septiembre 2011;
citado en Laudato si’, 6). La creación se
ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias [...] El
derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por
encima de nosotros, sino que solo nos vemos a nosotros mismos» (Id., Discurso al Clero de
la Diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 agosto 2008; citado ibíd.). Por eso, la
defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de
una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre
y mujer (Laudato si’, 155), y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones
(cf. ibíd., 123; 136).
Sin el reconocimiento de unos límites
éticos naturales insalvables y sin la actuación inmediata de aquellos pilares
del desarrollo humano integral, el ideal de «salvar las futuras generaciones del flagelo de la
guerra» (Carta de las Naciones Unidas, Preámbulo) y de «promover el progreso social y
un más elevado nivel de vida en una más amplia libertad» (ibíd.)
corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en
palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover una colonización
ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos,
extraños a la identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables.
La
guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al
ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se
debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las
naciones y los pueblos.
Para tal fin hay que asegurar el
imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a
los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las
Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental. La experiencia de
los 70 años de existencia de las Naciones Unidas, en general, y en particular
la experiencia de los primeros 15 años del tercer milenio, muestran tanto la
eficacia de la plena aplicación de las normas internacionales como la
ineficacia de su incumplimiento. Si se respeta y aplica la Carta de las
Naciones Unidas con transparencia y sinceridad, sin segundas
intenciones, como un punto de referencia obligatorio de justicia y no como un
instrumento para disfrazar intenciones espurias, se alcanzan resultados de paz.
Cuando, en cambio, se confunde la norma con un
simple instrumento, para utilizar cuando resulta favorable y para eludir cuando
no lo es, se abre una verdadera caja de Pandora de fuerzas incontrolables, que
dañan gravemente las poblaciones inermes, el ambiente cultural e incluso el
ambiente biológico.
El Preámbulo y el primer artículo de
la Carta de las Naciones Unidas indican los cimientos de la
construcción jurídica internacional: la paz, la solución pacífica de las
controversias y el desarrollo de relaciones de amistad entre las naciones.
Contrasta fuertemente con estas afirmaciones, y las niega en la práctica, la
tendencia siempre presente a la proliferación de las armas, especialmente las de destrucción
masiva como pueden ser las nucleares. Una ética y un derecho basados en la amenaza de
destrucción mutua –y posiblemente de toda la humanidad– son contradictorios y
constituyen un fraude a toda la construcción de las Naciones Unidas, que
pasarían a ser «Naciones unidas por el miedo y la desconfianza». Hay que
empeñarse por un mundo sin armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de
no proliferación, en la letra y en el espíritu, hacia una total prohibición de
estos instrumentos.
El reciente acuerdo sobre la cuestión
nuclear en una región sensible de Asia y Oriente Medio es una prueba de las
posibilidades de la buena voluntad política y del derecho, ejercitados con
sinceridad, paciencia y constancia. Hago votos para que este acuerdo sea duradero
y eficaz y dé los frutos deseados con la colaboración de todas las partes
implicadas.
En ese sentido, no faltan duras pruebas
de las consecuencias negativas de las intervenciones
políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional. Por eso, aun deseando
no tener la necesidad de hacerlo, no puedo dejar de reiterar mis repetidos
llamamientos en relación con la dolorosa situación de todo el Oriente Medio,
del norte de África y de otros países africanos, donde los cristianos, junto con
otros grupos culturales o étnicos e incluso junto con aquella parte de los
miembros de la religión mayoritaria que no quiere dejarse envolver por el odio
y la locura, han sido obligados a ser testigos de la destrucción de sus lugares
de culto, de su patrimonio cultural y religioso, de sus casas y haberes y han
sido puestos en la disyuntiva de huir o de pagar su adhesión al bien y a la paz
con la propia vida o con la esclavitud.
Estas realidades deben constituir un
serio llamado a un examen de conciencia de los que están a cargo de la
conducción de los asuntos internacionales. No solo en los casos de persecución
religiosa o cultural, sino en cada situación de conflicto, como Ucrania, Siria,
Irak, en Libia, en Sudán del Sur y en la región de los Grandes Lagos, hay
rostros concretos antes que intereses de parte, por legítimos que sean. En las
guerras y conflictos hay seres humanos singulares, hermanos y hermanas
nuestros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, niños y niñas, que lloran,
sufren y mueren. Seres humanos que se convierten en material de descarte cuando
la actividad consiste sólo en enumerar problemas, estrategias y discusiones.
Como pedía al Secretario General de las
Naciones Unidas en mi carta del 9 de
agosto de 2014, «la más elemental comprensión de la dignidad humana [obliga] a la
comunidad internacional, en particular a través de las normas y los mecanismos
del derecho internacional, a hacer todo lo posible para detener y prevenir
ulteriores violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas» y
para proteger a las poblaciones inocentes.
En esta misma línea quisiera hacer mención a otro
tipo de conflictividad no siempre tan explicitada pero que silenciosamente
viene cobrando la muerte de millones de personas. Otra clase de guerra que
viven muchas de nuestras sociedades con el fenómeno del narcotráfico. Una
guerra «asumida» y pobremente combatida.
El narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de la trata de personas,
del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de
otras formas de corrupción. Corrupción que ha penetrado los distintos
niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa,
generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la
credibilidad de nuestras instituciones.
Comencé esta intervención recordando
las visitas de mis predecesores. Quisiera ahora que mis palabras fueran
especialmente como una continuación de las palabras finales del discurso de
Pablo VI, pronunciado hace casi exactamente 50 años, pero de valor perenne,
cito: «Ha llegado la hora en que se impone una pausa, un momento de
recogimiento, de reflexión, casi de oración: volver a pensar en nuestro común
origen, en nuestra historia, en nuestro destino común. Nunca, como hoy, [...]
ha sido tan necesaria la conciencia moral del hombre, porque el peligro no
viene ni del progreso ni de la ciencia, que, bien utilizados, podrán [...]
resolver muchos de los graves problemas que afligen a la humanidad» (Discurso a los
Representantes de los Estados, 4 de octubre de 1965). Entre otras
cosas, sin duda, la genialidad humana, bien aplicada, ayudará a resolver los
graves desafíos de la degradación ecológica y de la exclusión. Continúo con
Pablo VI: «El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos
cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas
conquistas» (ibíd.). Hasta aquí Pablo
VI.
La casa común de todos los hombres debe
continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad
universal y sobre el
respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de
los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos,
de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables
porque no se los considera más que números de una u otra estadística. La casa
común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una
cierta sacralidad de la naturaleza creada.
Tal comprensión y respeto exigen un
grado superior de sabiduría, que acepte la trascendencia, la de uno mismo,
renuncie a la construcción de una elite omnipotente, y comprenda que el sentido
pleno de la vida singular y colectiva se da en el servicio abnegado de los
demás y en el uso prudente y respetuoso de la creación para el bien común.
Repitiendo las palabras de Pablo VI, «el edificio de la civilización moderna
debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos capaces no sólo de
sostenerlo, sino también de iluminarlo» (ibíd.).
El gaucho Martín Fierro, un clásico de
la literatura de mi tierra natal, canta: «Los hermanos sean unidos porque esa
es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque
si entre ellos pelean, los devoran los de afuera».
El mundo contemporáneo, aparentemente
conexo, experimenta una creciente y sostenida fragmentación social que pone en
riesgo «todo fundamento de la vida social» y por lo tanto «termina por
enfrentarnos unos con otros para preservar los propios intereses» (Laudato si’, 229).
El tiempo presente nos invita a
privilegiar acciones que generen dinamismos nuevos en la sociedad hasta que
fructifiquen en importantes y positivos acontecimientos históricos (cf. Evangelii
gaudium, 223). No podemos permitirnos postergar «algunas agendas» para el
futuro. El futuro nos pide
decisiones críticas y globales de cara a los conflictos mundiales que aumentan
el número de excluidos y necesitados.
La loable construcción jurídica
internacional de la Organización de las Naciones Unidas y de todas sus
realizaciones, perfeccionable como cualquier otra obra humana y, al mismo
tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para las
generaciones futuras. Y lo será si los representantes de los Estados sabrán dejar de lado intereses
sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el servicio del bien común.
Pido a Dios Todopoderoso que así sea, y les aseguro mi apoyo, mi oración y el
apoyo y las oraciones de todos los fieles de la Iglesia Católica, para que esta
Institución, todos sus Estados miembros y cada uno de sus funcionarios, rinda
siempre un servicio eficaz a la humanidad, un servicio respetuoso de la
diversidad y que sepa potenciar, para el bien común, lo mejor de cada pueblo y de
cada ciudadano. Que Dios los bendiga a todos.
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